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 Sangre y fuego

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AutorMensaje
Margareth Mackenzie

Margareth Mackenzie



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MensajeTema: Sangre y fuego   Sangre y fuego EmptyDom Mayo 24, 2009 3:39 pm

Una historia que ahora escribo... y que quiza muchos ya hayan visto antes por ahi. Como sea, pido comentarios constructivos y quejas... y que si no les gusta me digan -_- y ya. Jejeje, que bipolar soy XD

Prólogo





Paso, paso, paso. Un paso delante del otro por un camino lleno de hierbajos, una secuencia que no parecía tener final alguno. Un paso en dirección a algún lugar desconocido, más la única manera de llegar a él, y cuando lo hiciera los mismos pasos le alejarían para llegar a otro lugar y así, en un deambular eterno. El camino a seguir, pese a estar lleno de maleza y de alimañas en algunos tramos mientras que en otros las palabras de los viajeros le acompañaban por él, nunca variaba. Y siempre pasaba por algún pueblo pequeño, olvidado de los otros más siempre los mismos.
Todos desconocían de dónde iba o quién era, ignoraban si era hombre o mujer, ya que su estatura alta y su figura delgada cubierta por un largo hábito negro hacía que fuese imposible distinguir algo que no fueran los ojos centellantes que a veces miraban a su alrededor, pero sin dar señales de reconocer aquello que le rodeaba.
El mismo itinerario nunca variaba y las personas que en ellos vivían ya se habían acostumbrado a la figura encapuchada. Por todas partes circulaba el rumor de que era un hombre buscando a su prometida perdida; otros narraban que se trataba de un valiente Guardián que había perdido la pista de su Portadora cuando cayó en una emboscada y murió y que su espíritu vagaba buscando a aquella a la que había jurado servir. Varias leyendas sobre la extraña aparición y en todas se coincidía en lo mismo: que no era humana, podría tratarse de un Damned, de un espíritu, de un ser maldito… pero nunca jamás se escuchó que se tratara de un humano.
Siempre que entraba a uno de los pueblos que visitaba se dirigía hacia la fuente más cercana al centro de la ciudad y ahí permanecía de manera impasible viendo el agua caer, pues de manera casi mágica, cuando sus ojos se posaban sobre alguna fuente seca o dañada, ésta comenzaba a verter el suave líquido como si nada, haciendo su recorrido tal y como la figura hacía el suyo.
Los niños gustaban de encontrarse con la aparición pues, cada vez que intentaban tirarle una piedra o gastarle alguna broma, la figura se apartaba justo a tiempo de su camino para dar paso a las traviesas criaturas, sin siquiera dañarles, volviendo el rostro hacia ellas en señal de reconocimiento. Ese era el único saludo, la única muestra de que las personas sabían que existía, que no era algo imaginario.
En uno de esos momentos, cuando se encontraba ante la fuente, un pequeño menor que los otros se acercó sin temor a la figura, siendo el miedo algo que desaparecía en su presencia. El niño y el extraño ser permanecieron en silencio, lado a lado. Mientras que el niño miraba a la figura, la figura miraba la fuente, de la cual caía cada vez más y más agua. Cuando ésta amenazó con desbordarse al fin la aparición apartó la vista de ella y la clavó en el pequeño, el cual no pudo distinguir nada del rostro que se había vuelto hacia él. Y fue cuando la mano del ser se colocó sobre su cabeza y cuando unas visiones inundaron su mente, sumiéndolo en la inconsciencia.
Cuando al fin despertó al lado de la fuente, se encontró con sorpresa que el agua seguía manando, pues ésta dejaba de correr cuando el ente se marchaba sin importar si antes había o no; había varias personas rodeándole pero sin atreverse a acercarse. El pequeño, sin comprender nada y habiendo olvidado lo que viera en lo que se le antojaba un extraño sueño, se levantó del suelo como si nada y buscó con los ojos la figura ansiada.
Pero esta se había marchado ya y a lo lejos podía verse su silueta a la luz de un sol que moría en el atardecer. Otro paso delante del otro, otro pueblo visitado, más pueblos por ir. Siempre el mismo itinerario, ninguna variación, el mismo milagro del agua a donde quiera que fuese…
El pequeño la esperaría el resto de su vida si era necesario, pues aunque no recordara nada de lo que le había enseñado, sentía su destino unido a la figura que, indudablemente, regresaría después de unos años, pues el camino por recorrer era largo y siempre quedaba la esperanza, muy desgastada pero vigente, de que el camino variara.
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