Viajaba alrededor de un túnel oscuro, sin entrada ni salida, todo lo que mis ojos veían era nada, el vacío apacible de la hermosa nada. Pretendía quedarme ahí si para siempre fuera posible, porque podría ver todos los momentos de mi vida, pero no dolían ni hacían daño como los recuerdos verdaderos de la mente causaban.
Empezaba a preguntarme que pasaría cuando el torrente de recuerdos terminara, suponía que tal vez significaba que el fin había llegado, o algo similar, podría estar aterrada por conocer el destino que me esperaba, pero no fue así, ni siquiera me preocupó un poco y verdaderamente me mataba la curiosidad.
Desafortunadamente no era el tiempo de conocer lo que había más allá y aún quedaba mucho por ver en esta… vida, porque seguía viva.
El túnel y sus imágenes se fueron extinguiendo, desapareciendo para volverse una incandescente luz blanca, mortecina y cuando abrí mis ojos los rayos del sol cegaron mi mirada, acostumbrada ya a la oscuridad.
Con la conciencia despierta vino después el dolor, todo lo malo que había evitado e ignorado en mi sueño profundo tocó mi alma. Me llevé las manos al pecho y exhalé aire que mis pulmones no podían contener.
Incorporándome un poco sobre la arena caliente de la playa miré hacia todos lados, desorientada; era extraño como el verano repiqueteaba alegre allá afuera, alrededor, donde mis ojos se posaran estaba marcado el hermoso paisaje mientras que mis ilusiones acababan de irse por un tubo.
Ipso facto, una figura apareció de la nada oscureciendo mi panorama y reteniendo los brillantes rayos del sol en su espalda, sus facciones eran bellas pero no aquellas que me hubiese gustado ver por ultima vez de una forma masoquista, como gesto de despedida. Era el chico con quien lo había visto en un par de ocasiones charlando, probablemente su amigo, Markus Frederich y quien me había salvado…